lunes, 25 de enero de 2010

La burbuja de los tulipanes

Inicio aquí una serie sobre burbujas famosas sacadas del libro “de los tulipanes a Internet o cómo moverse en mercados inestables”, de Miguel Forteza Garau, editado por Self Trade-DAB. Serán resúmenes con el objeto de ser breve, no como en la entrada anterior.

Holanda, 1630. Sin amenaza española y con la Europa Central en la Guerra de los Treinta Años, el precio de la vivienda disparado (suena familiar) y los holandeses cada vez más ricos.

Como objeto de ostentación se pusieron de moda los tulipanes (el equivalente a un osito de Tous). Como curiosidad, decir que tulipán significa turbante en turco, país de donde proviene dicha flor. Surgieron coleccionistas.

El mercado del tulipán era veraniego, con los bulbos fuera de la tierra pero se las ingeniaron para mantenerlo activo todo el año, desarrollando un mercado de futuros en invierno (si casi todo está inventado). Este mercado forward funcionaba así: un vendedor prometía entregar un bulbo en primavera y el comprador adquiría el derecho de entrega, derecho que era negociable y, por lo tanto, sometido a fluctuaciones.

Por esas fechas, el salario anual medio en Holanda era de 200/400 florines, una vivienda pequeña en la ciudad estaba por los 300.

De pronto, con la moda, la gente se volvió loca. Todos querían tulipanes. Los que compraron la variedad Croenen, por ejemplo, a 20 los vendían a 1.200, el sueldo de cinco años. Es decir, el chollo típico. Daba igual el precio, siempre aparecía un pichón que pagaba más. Como aquí con las casas hace muy poco tiempo. Todo el mundo estaba en el mercado, carpinteros, zapateros (coñas aparte), en fin, todas las clases sociales. Suena a la leyenda urbana de la anterior entrada.

Según los precios de entonces, con 2.500 florines se podían comprar 50 toneladas de cebada, 25 de trigo, cuatro bueyes gordos, ocho cerdos gordos, doce ovejas gordas, dos cubas de vino, cuatro toneles de cerveza, dos toneladas de mantequilla, tres de queso, una cama, un guardarropa y una jarra de plata. Todo eso era lo que valía un bulbo que ni siquiera daba dividendos.

En febrero de 1637 se impuso la cordura. Con la primavera cerca, se corrió el rumor de que no había compradores suficientes y el mercado se derrumbó. Los incumplimientos de los futuros se sucedieron y, como siempre, el pequeño ahorrador pagó los platos rotos ya que muchos se habían endeudado, hasta hipotecaron sus casas para obtener una ganancia rápida y “segura”.

Por el contrario, los grandes mercaderes pudieron remontar las pérdidas y los coleccionistas, que se habían salido cuando empezó la locura, volvieron a entrar con precios muy interesantes.

El gran economista austriaco Schumpeter observó que las manías especulativas suelen aparecer con el nacimiento de una nueva industria o tecnología (nuevos paradigmas), cuando la gente sobrevalora las ganancias potenciales.

Quién sabe, quizá los especuladores de 1630 estaban anticipando el desarrollo de la floricultura holandesa, hoy la más importante del mundo.

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Creo que sólo caben 330 caracteres. ¿Podría ser otra cifra?. No sé cómo ampliar la capacidad. Si algún día lo descubro, lo haré, lo prometo.